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Después de la aplastante derrota que sufrió el PRI en las elecciones presidenciales en 2018 que lo mandaron a un tercer lugar en las preferencias electorales, que los obligaron a dar un nuevo giro a la vida del partido con el único objetivo de buscar a toda costa su supervivencia con la llegada a la dirigencia nacional de Alejandro Moreno “Alito” quién en agosto de 2019 asumió la Presidencia del Partido, cuando el PRI aún gobernaba 12 estados y era el organismo político con mayor poder a nivel estatal, gobernando 12 estados; sin embargo después de las elecciones del 4 de junio de 2023, el PRI sólo gobierna dos estados que son Durango y Coahuila donde ganaron sus candidatos mediante la coalición con el PAN y el PRD.

Así el récord del polémico “Alito” es negativo por donde se le vea, ya que sólo en los cuatro años que lleva en la dirigencia ha perdido 11 gubernaturas, ganó una y conservó una. A pesar de sus resultados y del clamor de diversos grupos del tricolor que han planteado su renuncia, el dirigente continua al frente del Partido y ahora mediante el “Frente Amplio por México” en alianza con el PAN y el PRD busca de nueva cuenta lograr ganar la presidencia de la república, la mayoría en el Senado y en la Cámara de Diputados a nivel federal; las nueve gubernaturas de los estados de Chiapas, Tabasco, Morelos, Yucatán, Morelos, Puebla, Guanajuato, Veracruz y la Ciudad de México, así como los Congresos locales y Presidencias Municipales de dichas entidades.

Resulta evidente, que a estas alturas la dirigencia nacional del PRI, está consciente de que el Partido sólo podrá sobrevivir con la alianza con el PAN y el PRD; sin embargo también internamente se encuentra inmerso en una crisis, donde muchos de sus liderazgos que por décadas le dieron el control en los estados y Municipios, hoy se han pasado a las filas de MORENA y actualmente son candidatos de dicho Partido, aún y cuando sus trayectorias han estado ligadas al tricolor toda su vida; incluso los legisladores a nivel federal y estatal que llegaron a sus cargos bajo las siglas del PRI, y que hoy pretenden reelegirse, analizan en forma detenida si no les conviene más pasarse a las filas de MORENA o de sus partidos satélites como el PVEM y PT para garantizar su permanencia en las legislaturas otro período y no arriesgarse a perder si continúan en las filas priistas.

El éxodo de priistas, panistas y algunos perredistas de los que aún quedan en los estados, se está volviendo una práctica común y seguramente los meses que vienen en el cierre de los registros ante los órganos electorales, seremos testigos de estos saltos de un partido a otro; en otras palabras vivimos en una época de los chapulines, donde la ideología y los principios que supuestamente deben regir la vida de los partidos y su militancia se han perdido, o simplemente en estos momentos ya nadie sabe que es eso y lo único que importa es conseguir una posición de poder y seguir viviendo del erario público.

En toda esta comedia política que vivimos los mexicanos, hasta el mismo presidente López Obrador, ha declarado que eso no debe extrañarnos ya que incluso es una práctica que no ve con malos ojos, y que son bienvenidos todos aquellos que quieran sumarse al proyecto de la cuarta transformación. Hábilmente el presidente y las dirigencias nacionales y estatales de Morena les abren las puertas, logrando dos objetivos: el primero sumar adeptos a su proyecto de gobierno con liderazgos que pueden atraer a más ciudadanos a las filas de Morena y segundo, debilitando a la alianza opositora, que ve con desesperación la desbandada que se presenta en su militancia.

Pero la situación anterior, ha sido mal vista y criticada severamente por los fundadores de Morena, que han sido relegados en las encuestas y perdido candidaturas a las que consideran les corresponde el derecho a las mismas por su trayectoria partidista y ahora quienes en su momento fueron sus enemigos o los persiguieron políticamente, las dirigencias estatales les quieren obligar a apoyarlos para ganar las elecciones.

Quizás el partido que más ha sufrido este síndrome de cambiarse de partido es el PRI, que, en algunos estados del país, prácticamente se ha desfondado y lo único que han hecho sus dirigencias estatales es apoderarse de las candidaturas plurinominales para ellos o sus familiares más cercanos, es decir, han antepuesto sus intereses personales a los del partido y de la militancia que aún sigue con ellos, conscientes de que por la vía de la mayoría relativa difícilmente podrán ganar las elecciones y peor aún, sin los recursos suficientes para dar pelea a los candidatos de Morena y aliados.

En cuanto al PRD, desde mi punto de vista, prácticamente sus liderazgos desde 2018 abandonaron el partido y se fueron a formar parte de Morena o del PT y su presencia en varios estados del país, es casi nula porque cada vez han perdido más posiciones en los congresos locales y Presidencias Municipales que le han sido arrebatados por Morena; de ahí que la única esperanza que tienen es lograr a través del Frente Amplio por México obtener el porcentaje mínimo de la votación para no perder su registro nacional.

Finalmente, en el caso del PAN, aunque ha habido militantes y legisladores que se han pasado a las filas de Morena, no han sido en un número significativo; aún con una dirigencia gris como la de Marko Cortés quién ha visto disminuir el padrón de militantes a nivel nacional y de los estados, ya que no ha logrado un liderazgo y apertura del partido a la sociedad civil en forma plena.

Veremos en las estadísticas finales, con el registro de las candidaturas, si quienes aparecerán en la boleta han sido congruentes con su militancia partidista y principios políticos o si cambiaron de camiseta y ahora van por otro instituto político sin importarles la opinión de quienes antaño les dieron su voto para representarlos.


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